Otro domingo más, nos llega un nuevo capítulo de la historia de Därrick. ¿Conseguirá el joven paladín escapar de las fauces del frío y llegar a su hogar? ¿Logrará sobreponerse a todos los acontecimientos acaecidos? ¿Qué destino le aguarda ahora a Därrick?. Todas las respuestas en el texto que encontraréis más abajo, disfrutarlo!
La historia de Därrick - Capítulo 7 - La encrucijada del destino
El frío aletargaba los sentidos del paladín, las fauces de la montaña engullía la poca fuerza que quedaba aún en él, pero éste se mantenía en pie, fuerte y con un único objetivo en mente: llegar a casa. Därrick estaba exhausto por los acontecimientos acaecidos. Aquella captura a manos de los viles orcos había hecho mella en él, tanto física como mentalmente. Sus pisadas en la fría nieve no eran más que un rastro de dolencia por todo lo ocurrido, un sentimiento de agonía que apresaba su mente y le empujaba a plantearse aquellas cuestiones de forma incesante.
Pero la congoja de sus actos no era el único problema que preocupaba en aquel momento a Därrick, dado que los yetis rondaban esa zona, y un combate de tal calibre podría complicar mucho aquella fatídica situación. El muchacho apresuraba su paso, pensar en aquellas viles criaturas nublaba la mente de Därrick como una tempestad en una cálida tarde de verano. De pronto, y sin mayor aviso, el estruendo de un ruido enmudeció los sentidos de todo ser viviente que se posaba en aquella zona de la montaña.
Un yeti, de aspecto voraz y terrorífico, había hecho acto de presencia. Presentaba un aspecto mortífero, su cruel rostro, y sus marcas de guerra, demostraban a un ser que había luchado en demasiadas batallas banales. Därrick lo observó y, rápidamente, corrió a esconderse detrás de unos árboles que yacían en aquel lugar. No podía enfrentarse a tal criatura, cualquier combate directo sería un completo fracaso para él. Todos los hechos ocurridos habían agotado sus fuerzas, y su moral no se encontraba en la mejor situación posible.
Därrick avanzaba cauteloso, el yeti había posado sus mancilladas fauces en un ciervo que, completamente indefenso, estaba siendo el festín de aquella espantosa criatura. Las pisadas que convertían en una agonía para el muchacho, cualquier ruido podría alertar a aquel ser, un ser que, sin ningún tipo de consolación, abordaría al paladín hasta acabar con su vida.
Sin previo aviso, el feroz ser clavó su mirada en la zona donde se encontraba el muchacho. Éste se sobrecogió, su corazón se paralizó y sus fuerzas quedaron presas del miedo. El yeti avanzó hacía aquel lugar sin dudarlo ni un instante. Cada pisada sonaba más fuerte para el paladín, unas pisadas que estrechaban su corazón. El yeti gritó, alzó su brazo y agarró un conejo que tenía justo delante.
Därrick no podía creerlo. La atención de aquella criatura había sido alertada por un simple animal de campo, y no por él. Sin mayor aviso, y aprovechando la situación, apresuró su paso ligeramente para escapar de aquel voraz lugar.
Därrick no cesaba de echar la mirada atrás. El miedo seguía preso de él, sabía que en cualquier momento aquel vil ser podría interceptarlo, pero por suerte, hacía unos minutos que no conseguia divisar el temor que había hecho acto de presencia en la montaña poco antes
El paso era ahora mucho más relajado, pero la calma que ahora sentía no era más que un atisbo de relajación que llama a la tempestad. El yeti abordó a Därrick sin previo aviso. Éste agarró al paladín por la espalda precipitándolo contra la fría nieve en un violento arrebato. Aquella vil criatura lanzó un feroz gritó que encogió los corazones de todos los seres vivientes de aquel lugar. Därrick no estaba preparado, pero debía luchar, debía apurar sus pequeñas esperanzas de supervivencia y aferrarse a la única oportunidad que se le proclamaba. Éste sacó su espada, la empuñó con ambas manos y mantuvo las distancias con aquel espantoso ser.
El yeti se abalanzó rápidamente contra Därrick proporcionándole un fuerte manotazo que logró esquivar sin mayores problemas. La criatura comenzó a impacientarse, su presa se movía rápido y su sed de sangre aumentaba con cada rugido. Därrick se apelaba a las escasas fuerzas que le quedaban, lanzado espadazos al aire que cortaban el viento y apenas herían la impenetrable piel de aquella ferocidad.
La criatura se escandalizó y agarró el brazo del paladín zarandeándolo con violencia y lanzándalo a escasos metros de donde yacía el combate. El muchacho se levantó rápido, aunque aterrado, pues su espada se encontraba ahora hecha pedazos debido al impacto que había sufrido contra un cercano árbol.
Därrick no tenía ahora otra defensa mayor que no fueran sus artes. El muchacho murmuró un hechizo de luz que cegó a aquella espantosa criatura durante unos segundos. Éste aprovechó el despiste para encomendarse a las pocas fuerzas que le quedaban y alejarse lo más lejos que pudiese de aquel lugar.
El muchacho no quería mirar atrás. Sus piernas se movían todo lo rápido que sus fuerzas se lo permitían, quería escapar de esa horrible situación y regresar a su taberna. Después de una larga caminata, la senda comenzaba a vislumbrarse más calmada. Las carreteras del reino estaban presentes, el yeti quedaba ya lejos, y sólo era cuestión que un mercante de la zona hiciera acto de presencia.
Pasaron las horas, pero la paciencia fue recompensada para el paladín. Un carro mercante apareció de la nada en uno de los caminos por los que se movía Därrick. Los cargados vendedores detuvieron su vehículo al observar la figura que allí se les posaba.
-Mira lo que tenemos aquí, un paladín de la mano de plata completamente solo.
Un gnomo de barbas negras y de bigote pintoresco conducía una carreta tirada por dos caballos marrones.
-No debería transitar estos caminos tan a la ligera, los orcos andan sueltos y podrían abordar su carroza en cualquier momento. Estas tierras ya no son tan seguras como antaño.
El gnomo rio y soltó una carcajada propia de aquella criatura.
-Vaya con la mano de plata, siempre tan "preparados para proteger a su pueblo". Debería saber que la única forma de defenderse no es una espada y la luz señor...
-Mi nombre no es trascental en estos momentos, gnomo.
La pequeña criaturá frunció el ceño y prosiguió con su conversación.
-Debería saber que las criaturas como nosotros, en algunas ocasiones, nos encomendamos a otras artes. No le negaré que saber emplear una espada puede sacarte de más de un apuro, pero la magia puede mostrarte el camino cuando todas las luces se apagan.
En ese instante, una bola de fuego incandescente del tamaño de una libélula se posó en su mano. Därrick quedó enmudecido, nunca había observado el arte de la magia tan de cerca y de aquella forma.
-¿Dónde dice que va usted, paladín?.
De pronto, una jaleo se escuchó en la parte trasera de la caravana cortando la contestación de Därrick.
-Maldito gnomo estúpido, ya estás parloteando con tus artes mágicas y tus fantasmadas. Debemos apresurarnos en llegar a Claros de Tirisfal.
Un goblin, verde como el moco de un troll, había hecho acto de presencia en escena. Sus puntiagudas y enormes orejas, y su mal genio, lo representaban por encima del resto de facetas.
-¿Y este piel rosada quién es?. ¿Otro soldado que de la mano de la mano de plata que no hace más que beber y festejar victorias?.
Därrick se alertó ante las grotescas palabras de aquel ser, aunque debido a que, posiblemente, serían su único billete de llegada a su hogar, prefirió mantenerse callado y escuchar la humorística situación.
-Maldito goblin feo, no ves que es un caballero de la mano de plata, defensor del pueblo y todas esas cosas.
Dijo el gnomo en un banal acto de defensa por Därrick
-Me da igual lo que sea o lo que deje de ser, quiero llegar ya a Claros de Tirisfal y entregar la mercancía. Estoy harto de comer el pan que haces con tu magia.
-Disculpar que os interrumpa, pero da la casualidad de que ahora mismo me dirijo a Claros de Tirisfal. Ando algo agotado por todo lo ocurrido, sería de agradecimiento que pudiera montar en vuestra carroza. Al llegar allí os recompensaré de buen gusto.
Mencionó Därrick en un intento por acomodarse a la situación.
-¿Recompensar?, ¿de cuánto hablamos?. Nosotros cobramos un extra por llevar a gente como tú.
El gnomo, rápidamente, transformó al goblin en una oveja y lo ató con unas cuerdas a la parte de arriba de la caravana.
-No será ningún problema. Puedes subir a la carroza, eso sí, NO TOQUES NADA.
Därrick subió a la caravana y el carruaje puso rumbo a su destino.
El camino fue tranquilo. El hospedaje en el que se encontraba el paladín estaba repleto de bártulos extraños: mapas de tierras lejanas, alguna cacerola de excavaciones antiguas y algún que otro artefacto de un valor más que discutible. El gnomo no soltó apenas palabra, pero Därrick continuaba atormentándose por los sucesos transcurridos en las últimas horas. No cesaba de pensar en Arthas, en su acto de presencia, en como había defendido a sus compañeros. Todo aquello cuestionaba sus artes, cuestionaba su sabiduría e enturbiaba sus pensamiento, pero por suerte para él, el sueño hizo preso de su ser.
-Paladín, hemos llegado, despierta, estamos en Claros de Tirisfal, será mejor que aquí nos separemos, nuestros destinos son muy distintos a partir de ahora.
Därrick se reclinó sobre sí mismo. El camino había sido largo y había servido de descanso para él. La noche estaba ya avanzada, y lo único que deseaba era llegar a su taberna y tomar una buena jarra de hidromiel.
-Muchas gracias por todo gnomo, nunca olvidaré este gesto.
El gnomo le miró con un aire de incertidumbre aplastante, pero no soltó ni una sola palabra. El goblin, que había dejado de ser oveja hacía ya unas horas, no paraba de quejarse y refunfuñar mientras maldecía al gnomo en todas las lenguas posibles.
Sin mayor titubeo, el gnomo golpeó a los caballos con las cuerdas y pusieron rumbo a su destino. Därrick estaba cerca, muy cerca de su hogar, por ello puso en marcha sus piernas, ahora descansadas por la travesía que había sufrido. El camino se hizo corto para el paladín, pues cuando quiso darse su cuenta, su mirada se posó en su villa, ahora a escasos metros de él.
Ésta estaba vacía, lejos de la ambiente concurrido de otros días. Därrick proseguía su camino, era tarde y quería llegar a su taberna. Éste se plantó delante de ella, pero cuando quiso abrirla, se dio cuenta de que estaba completamente cerrada. Un cartel, algo desquebrajado, se posaba justo en medio de aquel robusto portón de madera.
El paladín lo agarró con violencia y se dispuso a leerlo:
"Cerrado"
Därrick no podía creerlo. Aquel papel sólo ponía cerrado, ninguna nota, nada que aclarara la marcha de Görog a otro lugar. Sin mayor aviso, el muchacho se apresuró a mirar la bandeja de la correspondencia que se hallaba a escasos pasos de la puerta. Allí yacía una carta, una carta de un papel ya conocido para él.
"La mano de plata llama a algunos paladines para acudir al continente perdido de Kalimdor. Se ha avistado a grupos de altos elfos llegarr allí recientemente en embarcaciones. Nuestro deber es acatar las ordenes, por ello, un grupo de paladines, junto a otros guerreros de distintas artes, acudirán al desconocido continente para expandir nuestra fronteras. Todos los que reciban esta carta deberán presentarse en Bahía del Botín la segunda mañana del mes de mayo".
Apenas quedaban unos días para la fecha, y Därrick debía acudir lo más apresurado posible. La idea de viajar a otro continente enturbiaba los pensamientos del paladín, pese a ello, agarró las pocas fuerzas que le quedaban, montó en su caballo y puso rumbo a su irremediable destino.
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¡El próximo domingo espera un nuevo capítulo, estar atentos!
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