Es domingo, lo que significa que llega otro capítulo de la historia de Därrick a la Taberna. Justo desde el punto donde lo abandonamos la semana pasada, recibimos el capítulo 8. ¿Qué nuevas le esperan al paladín en el vasto continente de Kalimdor? ¿Conseguirá Därrick averiguar dónde se encuentra su amigo Gorog?.
La historia de Därrick - Capítulo 8 - Aliados inesperados
-Mira cariño, Därrick ya ha aprendido a dar sus primeros pasos. Parece ayer cuando le vimos abrir sus ojos y escuchamos sus primeras lágrimas.
-Algún día hijo mío tú serás un valiente guerrero. Espero con muchas ganas verte crecer, verte madurar. Rezo porque nadie ni nada me prive de ello.
Una ola embistió al barco en el que navegaba el paladín. Debido al impacto, Därrick se despertó del absorbente sueño en el que se encontraba. Era de día, la luz se alzaba en el cielo y la pintoresca situación presentaba un clásico escenario de primavera.
El barco estaba repleto de marineros que, sin mayor placer, trabajan sol y sombra remando, limpiando la proa y alzando las velas cuando el tiempo lo requería. El temporal acompañaba perfectamente al resplandeciente mar que se alzaba hasta donde la vista de un simple humano le permitía observar. Därrick estaba descansado, la travesía le había servido de sueño y estaba listo para enfrentar a todo lo que se le presentara en el nuevo continente.
Pese a su evidente sentimiento de ansia por conocer el nuevo mundo, la espada abatida en combate contra el yeti no cesaba de atormentar sus pensamientos. Un simple golpe había acabado con uno de sus vienes más bien allegados. Därrick había empuñado esa arma desde que tenía 12 años. Fue el primer regalo que le realizó su padre, además, la empuñadura había sido reforjada por Gorog en alguna ocasión debido a los descuidos y al mal uso que le había aplicado el paladín en algunos infortunios momentos.
-Capitán, se avista tierra en el horizonte.
Un marinero, de piel oscura y de curtidos brazos, acaba de avistar lo que sería el nuevo hogar de Därrick en los próximos meses.
En ese instante, el paladín corrió apresurado a observar el lugar que se alzaba ante su vista. A unos cuantos metros, Kalimdor se divisaba fuerte e implacable. Un sentimiento de inseguridad inundó a Därrick. La idea de dejar todo atrás enturbió sus pensamientos como una tempestad sin previo aviso una cálida tarde de verano.
La embarcación atracó lo más cerca que pudo de tierra y los numerosos marineros se dispusieron a cagar gran cantidad de mercancía en los pequeños botes que se hallaban en el barco. Därrick, nervioso y emocionado, como un niño de 8 años con un dulce, marchó junto al grupo de soldados que tenían como misión realizar una previa exploración al terreno.
El agua salada golpeaba el bote con ligereza, al mismo tiempo que el resto del regimiento observaba la cálida tierra de Kalimdor con nerviosismo y expectación. Därrick fue el primero en pisarla. La arena, más bien de aspecto algo rojizo, presentaba un aspecto muy impoluto, como si escasas huellas hubieran pisado aquellos lares. El resto de soldados bajaban del pequeño bote al mismo tiempo que la vena de exploración de Därrick comenzaba a acrecentar con cada nueva que observaba.
Las demás pequeñas embarcaciones iban llegando a la costa con lo que serían las provisiones para el regimiento en los próximos meses. El paladín, emocionado ante la situación que se le presentaba, puso rumbo a la exploración y marchó en una dirección completamente desconocida. El resto del grupo, que le observaban con cierta incertidumbre, balbucearon algunas palabras, pero ninguna de ellas llegó a los oídos de Därrick.
De pronto y sin previo aviso, el paladín observó una escena que sobrecogió su corazón. De entre la escasa fauna y flora que se alzaba en el escenario, una sangrienta batalla estaba teniendo lugar. En ella, los orcos enfrentaban a un rival que el paladín no lograba distinguir. Därrick corrió a llamar a sus compañeros, ahora más numerosos debido al desembarco del resto.
Entablar combate instantes después de pisar Kalimdor no entraba en la idea del regimiento, pero era una oportunidad única para acabar con los maleantes orcos, dado que esa localización sería el hogar de esa compañía durante los próximos meses. Sin mayor temor, y aún con el sangrado recuerdo de lo ocurrido semanas atrás en los Reinos del Este, Därrick y sus compañeros se encaminaron a la batalla.
Un grito, rugido por el capitán, envalentonó el corazón del regimiento. Los orcos se percataron del sonido y algunos de ellos giraron su musculosos cuerpos verdes en dirección a la hueste de soldados que se les aproximaban. La primera espada cortó la cabeza de un orco lanzándola a escasos metros del combate. Las hachas y los escudos resonaban en el fervor de la batalla mientras aquellas viles criaturas se veían reducidas en número.
La batalla no permitía observar qué, o contra quién se enfrentaban los orcos, pero la situación se aventajaba para el grupo llegado del otro continente de forma muy notoria. Därrick alzaba la espada, un arma que le habían otorgado de forma provisional, mientras hería la piel de los enemigos, al mismo tiempo que esquivaba los feroces golpes que se le iban anteponiendo. La rabia invadía el corazón del paladín que, sin mayor temor, acrecentaba su sed de sangre con cada vida que se cobraba. Uno a uno, la muerte de los orcos suponía una alivio para él. Los odiaba, y ahora mucho más después de lo ocurrido en las últimas semanas.
Algunos soldados caían en combate. Los orcos, pese a contar con un número muy reducido, encrudecían la batalla hasta un punto insospechado. Aquellas criaturas habían combatido en demasiadas peleas ya. Sin previo aviso, Därrick golpeó su espada contra una daga de un aspecto poco común para ser de un orco. Una elfa, de cabellos negros y hermosa como un atardecer de primavera, se posaba frente al paladín expectante.
Därrick alzó la vista y se asombró ante tal belleza. Nunca había observado a un ser de aquella especie tan de cerca.
-¡Alto el fuego!
El capitán gritó y los soldados cesaron el combate. Los cadáveres orcos dibujaban la pintoresca situación que se había presentado sin previo aviso. Debido a la confusión del momento, nadie se había dado cuenta de que habían combatido contra Altos Elfos, además de contra los orcos, desde el inicio del combate. El teniente se aproximó al capitán elfo que abanderaba el símbolo de Lunargenta triunfal y resplandeciente.
Los soldados se quitaron el yelmo y algunos envainaron sus espadas, no era momento para combatir. Los Altos Elfos llevaban un tiempo perdidos en aquella violenta tierra, y cruzarse con aquella hueste de aliados suponía un aliciente de tranquilidad enorme para ellos.
Los capitanes de ambos bandos comenzaron a parlamentar, pero todo aquello quedaba en segundo plano para Därrick y la elfa que se posaba hermosa delante de él. El paladín enfundó su espada y la elfa, de artes pícaras, guardó sus dagas en unas pequeñas fundas de cuero que tenía en su cinturón. Era consciente de la situación tan horrible que podía haber provocado. Un descuido, y la cabeza de aquella bella doncella podría haberse precipitado sobre el rojo suelo de Kalimdor.
-¿Cuánto tiempo lleváis aquí capitán elfo?
-Lo suficiente para saber que las cosas no son como esperábamos.
-Los orcos campan a sus anchas. Numerosos grupos, comandados por un ser superior montado sobre un lobo, están levantando campamentos desde hace unos días.
-Nuestro paso por el vasto desierto de Silithus decreció muchos nuestro regimiento. Llegamos cerca de cien y posiblemente ya no seamos ni treinta.
El capitán humano miró al elfo con cierto sentimiento de congoja y pena.
-Podéis acompañarnos. Acabamos de desembarcar en Kalimdor y venimos cargados de provisiones, no sería ningún problema compartirlas con los aliados si nos ayudáis a estabilizarnos en estas tierras.
Mientras la conversación sucedía, Därrick miraba a aquella pícara enmudecido, pero la impaciencia no llegó a él. El paladín sabía que tendría oportunidad de conocerla, quedaba un largo tiempo por delante que pasaría, junto a aquellos elfos, en las vastas tierras de Kalimdor.
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¡El próximo domingo espera un nuevo capítulo, estar atentos!
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