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domingo, 11 de mayo de 2014

La historia de Därrick - Capítulo 8 - Aliados inesperados



Es domingo, lo que significa que llega otro capítulo de la historia de Därrick a la Taberna. Justo desde el punto donde lo abandonamos la semana pasada, recibimos el capítulo 8. ¿Qué nuevas le esperan al paladín en el vasto continente de Kalimdor? ¿Conseguirá Därrick averiguar dónde se encuentra su amigo Gorog?.

La historia de Därrick - Capítulo 8 - Aliados inesperados

-Mira cariño, Därrick ya ha aprendido a dar sus primeros pasos. Parece ayer cuando le vimos abrir sus ojos y escuchamos sus primeras lágrimas.

-Algún día hijo mío tú serás un valiente guerrero. Espero con muchas ganas verte crecer, verte madurar. Rezo porque nadie ni nada me prive de ello.

Una ola embistió al barco en el que navegaba el paladín. Debido al impacto, Därrick se despertó del absorbente sueño en el que se encontraba. Era de día, la luz se alzaba en el cielo y la pintoresca situación presentaba un clásico escenario de primavera.

El barco estaba repleto de marineros que, sin mayor placer, trabajan sol y sombra remando, limpiando la proa y alzando las velas cuando el tiempo lo requería. El temporal acompañaba perfectamente al resplandeciente mar que se alzaba hasta donde la vista de un simple humano le permitía observar. Därrick estaba descansado, la travesía le había servido de sueño y estaba listo para enfrentar a todo lo que se le presentara en el nuevo continente.


Pese a su evidente sentimiento de ansia por conocer el nuevo mundo, la espada abatida en combate contra el yeti no cesaba de atormentar sus pensamientos. Un simple golpe había acabado con uno de sus vienes más bien allegados. Därrick había empuñado esa arma desde que tenía 12 años. Fue el primer regalo que le realizó su padre, además, la empuñadura había sido reforjada por Gorog en alguna ocasión debido a los descuidos y al mal uso que le había aplicado el paladín en algunos infortunios momentos.

-Capitán, se avista tierra en el horizonte.

Un marinero, de piel oscura y de curtidos brazos, acaba de avistar lo que sería el nuevo hogar de Därrick en los próximos meses.

En ese instante, el paladín corrió apresurado a observar el lugar que se alzaba ante su vista. A unos cuantos metros, Kalimdor se divisaba fuerte e implacable. Un sentimiento de inseguridad inundó a Därrick. La idea de dejar todo atrás enturbió sus pensamientos como una tempestad sin previo aviso una cálida tarde de verano.

La embarcación atracó lo más cerca que pudo de tierra y los numerosos marineros se dispusieron a cagar gran cantidad de mercancía en los pequeños botes que se hallaban en el barco. Därrick, nervioso y emocionado, como un niño de 8 años con un dulce, marchó junto al grupo de soldados que tenían como misión realizar una previa exploración al terreno. 

El agua salada golpeaba el bote con ligereza, al mismo tiempo que el resto del regimiento observaba la cálida tierra de Kalimdor con nerviosismo y expectación. Därrick fue el primero en pisarla. La arena, más bien de aspecto algo rojizo, presentaba un aspecto muy impoluto, como si escasas huellas hubieran pisado aquellos lares. El resto de soldados bajaban del pequeño bote al mismo tiempo que la vena de exploración de Därrick comenzaba a acrecentar con cada nueva que observaba. 

Las demás pequeñas embarcaciones iban llegando a la costa con lo que serían las provisiones para el regimiento en los próximos meses. El paladín, emocionado ante la situación que se le presentaba, puso rumbo a la exploración y marchó en una dirección completamente desconocida. El resto del grupo, que le observaban con cierta incertidumbre, balbucearon algunas palabras, pero ninguna de ellas llegó a los oídos de Därrick.

De pronto y sin previo aviso, el paladín observó una escena que sobrecogió su corazón. De entre la escasa fauna y flora que se alzaba en el escenario, una sangrienta batalla estaba teniendo lugar. En ella, los orcos enfrentaban a un rival que el paladín no lograba distinguir. Därrick corrió a llamar a sus compañeros, ahora más numerosos debido al desembarco del resto. 

Entablar combate instantes después de pisar Kalimdor no entraba en la idea del regimiento, pero era una oportunidad única para acabar con los maleantes orcos, dado que esa localización sería el hogar de esa compañía durante los próximos meses. Sin mayor temor, y aún con el sangrado recuerdo de lo ocurrido semanas atrás en los Reinos del Este, Därrick y sus compañeros se encaminaron a la batalla.

Un grito, rugido por el capitán, envalentonó el corazón del regimiento. Los orcos se percataron del sonido y algunos de ellos giraron su musculosos cuerpos verdes en dirección a la hueste de soldados que se les aproximaban. La primera espada cortó la cabeza de un orco lanzándola a escasos metros del combate. Las hachas y los escudos resonaban en el fervor de la batalla mientras aquellas viles criaturas se veían reducidas en número.

La batalla no permitía observar qué, o contra quién se enfrentaban los orcos, pero la situación se aventajaba para el grupo llegado del otro continente de forma muy notoria. Därrick alzaba la espada, un arma que le habían otorgado de forma provisional, mientras hería la piel de los enemigos, al mismo tiempo que esquivaba los feroces golpes que se le iban anteponiendo. La rabia invadía el corazón del paladín que, sin mayor temor, acrecentaba su sed de sangre con cada vida que se cobraba. Uno a uno, la muerte de los orcos suponía una alivio para él. Los odiaba, y ahora mucho más después de lo ocurrido en las últimas semanas.

Algunos soldados caían en combate. Los orcos, pese a contar con un número muy reducido, encrudecían la batalla hasta un punto insospechado. Aquellas criaturas habían combatido en demasiadas peleas ya. Sin previo aviso, Därrick golpeó su espada contra una daga de un aspecto poco común para ser de un orco. Una elfa, de cabellos negros y hermosa como un atardecer de primavera, se posaba frente al paladín expectante.

Därrick alzó la vista y se asombró ante tal belleza. Nunca había observado a un ser de aquella especie tan de cerca.

-¡Alto el fuego!

El capitán gritó y los soldados cesaron el combate. Los cadáveres orcos dibujaban la pintoresca situación que se había presentado sin previo aviso. Debido a la confusión del momento, nadie se había dado cuenta de que habían combatido contra Altos Elfos, además de contra los orcos, desde el inicio del combate. El teniente se aproximó al capitán elfo que abanderaba el símbolo de Lunargenta triunfal y resplandeciente.

Los soldados se quitaron el yelmo y algunos envainaron sus espadas, no era momento para combatir. Los Altos Elfos llevaban un tiempo perdidos en aquella violenta tierra, y cruzarse con aquella hueste de aliados suponía un aliciente de tranquilidad enorme para ellos.

Los capitanes de ambos bandos comenzaron a parlamentar, pero todo aquello quedaba en segundo plano para Därrick y la elfa que se posaba hermosa delante de él. El paladín enfundó su espada y la elfa, de artes pícaras, guardó sus dagas en unas pequeñas fundas de cuero que tenía en su cinturón. Era consciente de la situación tan horrible que podía haber provocado. Un descuido, y la cabeza de aquella bella doncella podría haberse precipitado sobre el rojo suelo de Kalimdor. 

-¿Cuánto tiempo lleváis aquí capitán elfo?

-Lo suficiente para saber que las cosas no son como esperábamos. 

-Los orcos campan a sus anchas. Numerosos grupos, comandados por un ser superior montado sobre un lobo, están levantando campamentos desde hace unos días. 

-Nuestro paso por el vasto desierto de Silithus decreció muchos nuestro regimiento. Llegamos cerca de cien y posiblemente ya no seamos ni treinta.

El capitán humano miró al elfo con cierto sentimiento de congoja y pena. 

-Podéis acompañarnos. Acabamos de desembarcar en Kalimdor y venimos cargados de provisiones, no sería ningún problema compartirlas con los aliados si nos ayudáis a estabilizarnos en estas tierras.

Mientras la conversación sucedía, Därrick miraba a aquella pícara enmudecido, pero la impaciencia no llegó a él. El paladín sabía que tendría oportunidad de conocerla, quedaba un largo tiempo por delante que pasaría, junto a aquellos elfos, en las vastas tierras de Kalimdor.

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Puedes ver los anteriores capítulos de esta historia por aquí!

¿Quieres saber más acerca de la historia narrada?, entonces no dudes en acudir a AreaJugones y conocer la vida de Nalia, una atractiva pícara cuyos acontecimientos serán narrados en una vida paralela a la de Därrick.

¡El próximo domingo espera un nuevo capítulo, estar atentos!






domingo, 4 de mayo de 2014

La historia de Därrick - Capítulo 7 - La encrucijada del destino



Otro domingo más, nos llega un nuevo capítulo de la historia de Därrick. ¿Conseguirá el joven paladín escapar de las fauces del frío y llegar a su hogar? ¿Logrará sobreponerse a todos los acontecimientos acaecidos? ¿Qué destino le aguarda ahora a Därrick?. Todas las respuestas en el texto que encontraréis más abajo, disfrutarlo!

La historia de Därrick - Capítulo 7 - La encrucijada del destino

El frío aletargaba los sentidos del paladín, las fauces de la montaña engullía la poca fuerza que quedaba aún en él, pero éste se mantenía en pie, fuerte y con un único objetivo en mente: llegar a casa. Därrick estaba exhausto por los acontecimientos acaecidos. Aquella captura a manos de los viles orcos había hecho mella en él, tanto física como mentalmente. Sus pisadas en la fría nieve no eran más que un rastro de dolencia por todo lo ocurrido, un sentimiento de agonía que apresaba su mente y le empujaba a plantearse aquellas cuestiones de forma incesante.

Pero la congoja de sus actos no era el único problema que preocupaba en aquel momento a Därrick, dado que los yetis rondaban esa zona, y un combate de tal calibre podría complicar mucho aquella fatídica situación. El muchacho apresuraba su paso, pensar en aquellas viles criaturas nublaba la mente de Därrick como una tempestad en una cálida tarde de verano. De pronto, y sin mayor aviso, el estruendo de un ruido enmudeció los sentidos de todo ser viviente que se posaba en aquella zona de la montaña. 

Un yeti, de aspecto voraz y terrorífico, había hecho acto de presencia. Presentaba un aspecto mortífero, su cruel rostro, y sus marcas de guerra, demostraban a un ser que había luchado en demasiadas batallas banales. Därrick lo observó y, rápidamente, corrió a esconderse detrás de unos árboles que yacían en aquel lugar. No podía enfrentarse a tal criatura, cualquier combate directo sería un completo fracaso para él. Todos los hechos ocurridos habían agotado sus fuerzas, y su moral no se encontraba en la mejor situación posible.

Därrick avanzaba cauteloso, el yeti había posado sus mancilladas fauces en un ciervo que, completamente indefenso, estaba siendo el festín de aquella espantosa criatura. Las pisadas que convertían en una agonía para el muchacho, cualquier ruido podría alertar a aquel ser, un ser que, sin ningún tipo de consolación, abordaría al paladín hasta acabar con su vida.

Sin previo aviso, el feroz ser clavó su mirada en la zona donde se encontraba el muchacho. Éste se sobrecogió, su corazón se paralizó y sus fuerzas quedaron presas del miedo. El yeti avanzó hacía aquel lugar sin dudarlo ni un instante. Cada pisada sonaba más fuerte para el paladín, unas pisadas que estrechaban su corazón. El yeti gritó, alzó su brazo y agarró un conejo que tenía justo delante.

Därrick no podía creerlo. La atención de aquella criatura había sido alertada por un simple animal de campo, y no por él. Sin mayor aviso, y aprovechando la situación, apresuró su paso ligeramente para escapar de aquel voraz lugar. 

Därrick no cesaba de echar la mirada atrás. El miedo seguía preso de él, sabía que en cualquier momento aquel vil ser podría interceptarlo, pero por suerte, hacía unos minutos que no conseguia divisar el temor que había hecho acto de presencia en la montaña poco antes

El paso era ahora mucho más relajado, pero la calma que ahora sentía no era más que un atisbo de relajación que llama a la tempestad. El yeti abordó a Därrick sin previo aviso. Éste agarró al paladín por la espalda precipitándolo contra la fría nieve en un violento arrebato. Aquella vil criatura lanzó un feroz gritó que encogió los corazones de todos los seres vivientes de aquel lugar. Därrick no estaba preparado, pero debía luchar, debía apurar sus pequeñas esperanzas de supervivencia y aferrarse a la única oportunidad que se le proclamaba. Éste sacó su espada, la empuñó con ambas manos y mantuvo las distancias con aquel espantoso ser. 

El yeti se abalanzó rápidamente contra Därrick proporcionándole un fuerte manotazo que logró esquivar sin mayores problemas. La criatura comenzó a impacientarse, su presa se movía rápido y su sed de sangre aumentaba con cada rugido. Därrick se apelaba a las escasas fuerzas que le quedaban, lanzado espadazos al aire que cortaban el viento y apenas herían la impenetrable piel de aquella ferocidad.


La criatura se escandalizó y agarró el brazo del paladín zarandeándolo con violencia y lanzándalo a escasos metros de donde yacía el combate. El muchacho se levantó rápido, aunque aterrado, pues su espada se encontraba ahora hecha pedazos debido al impacto que había sufrido contra un cercano árbol.

Därrick no tenía ahora otra defensa mayor que no fueran sus artes. El muchacho murmuró un hechizo de luz que cegó a aquella espantosa criatura durante unos segundos. Éste aprovechó el despiste para encomendarse a las pocas fuerzas que le quedaban y alejarse lo más lejos que pudiese de aquel lugar.

El muchacho no quería mirar atrás. Sus piernas se movían todo lo rápido que sus fuerzas se lo permitían, quería escapar de esa horrible situación y regresar a su taberna. Después de una larga caminata, la senda comenzaba a vislumbrarse más calmada. Las carreteras del reino estaban presentes, el yeti quedaba ya lejos, y sólo era cuestión que un mercante de la zona hiciera acto de presencia. 

Pasaron las horas, pero la paciencia fue recompensada para el paladín. Un carro mercante apareció de la nada en uno de los caminos por los que se movía Därrick. Los cargados vendedores detuvieron su vehículo al observar la figura que allí se les posaba.

-Mira lo que tenemos aquí, un paladín de la mano de plata completamente solo. 

Un gnomo de barbas negras y de bigote pintoresco conducía una carreta tirada por dos caballos marrones.

-No debería transitar estos caminos tan a la ligera, los orcos andan sueltos y podrían abordar su carroza en cualquier momento. Estas tierras ya no son tan seguras como antaño.

El gnomo rio y soltó una carcajada propia de aquella criatura. 

-Vaya con la mano de plata, siempre tan "preparados para proteger a su pueblo". Debería saber que la única forma de defenderse no es una espada y la luz señor...

-Mi nombre no es trascental en estos momentos, gnomo.

La pequeña criaturá frunció el ceño y prosiguió con su conversación.

-Debería saber que las criaturas como nosotros, en algunas ocasiones, nos encomendamos a otras artes. No le negaré que saber emplear una espada puede sacarte de más de un apuro, pero la magia puede mostrarte el camino cuando todas las luces se apagan.

En ese instante, una bola de fuego incandescente del tamaño de una libélula se posó en su mano. Därrick quedó enmudecido, nunca había observado el arte de la magia tan de cerca y de aquella forma. 

-¿Dónde dice que va usted, paladín?.

De pronto, una jaleo se escuchó en la parte trasera de la caravana cortando la contestación de Därrick.

-Maldito gnomo estúpido, ya estás parloteando con tus artes mágicas y tus fantasmadas. Debemos apresurarnos en llegar a Claros de Tirisfal.

Un goblin, verde como el moco de un troll, había hecho acto de presencia en escena. Sus puntiagudas y enormes orejas, y su mal genio, lo representaban por encima del resto de facetas.

-¿Y este piel rosada quién es?. ¿Otro soldado que de la mano de la mano de plata que no hace más que beber y festejar victorias?. 

Därrick se alertó ante las grotescas palabras de aquel ser, aunque debido a que, posiblemente, serían su único billete de llegada a su hogar, prefirió mantenerse callado y escuchar la humorística situación.

-Maldito goblin feo, no ves que es un caballero de la mano de plata, defensor del pueblo y todas esas cosas. 

Dijo el gnomo en un banal acto de defensa por Därrick

-Me da igual lo que sea o lo que deje de ser, quiero llegar ya a Claros de Tirisfal y entregar la mercancía. Estoy harto de comer el pan que haces con tu magia.

-Disculpar que os interrumpa, pero da la casualidad de que ahora mismo me dirijo a Claros de Tirisfal. Ando algo agotado por todo lo ocurrido, sería de agradecimiento que pudiera montar en vuestra carroza. Al llegar allí os recompensaré de buen gusto.

Mencionó Därrick en un intento por acomodarse a la situación.

-¿Recompensar?, ¿de cuánto hablamos?. Nosotros cobramos un extra por llevar a gente como tú.

El gnomo, rápidamente, transformó al goblin en una oveja y lo ató con unas cuerdas a la parte de arriba de la caravana.

-No será ningún problema. Puedes subir a la carroza, eso sí, NO TOQUES NADA.

Därrick subió a la caravana y el carruaje puso rumbo a su destino.

El camino fue tranquilo. El hospedaje en el que se encontraba el paladín estaba repleto de bártulos extraños: mapas de tierras lejanas, alguna cacerola de excavaciones antiguas y algún que otro artefacto de un valor más que discutible. El gnomo no soltó apenas palabra, pero Därrick continuaba atormentándose por los sucesos transcurridos en las últimas horas. No cesaba de pensar en Arthas, en su acto de presencia, en como había defendido a sus compañeros. Todo aquello cuestionaba sus artes, cuestionaba su sabiduría e enturbiaba sus pensamiento, pero por suerte para él, el sueño hizo preso de su ser. 

-Paladín, hemos llegado, despierta, estamos en Claros de Tirisfal, será mejor que aquí nos separemos, nuestros destinos son muy distintos a partir de ahora.

Därrick se reclinó sobre sí mismo. El camino había sido largo y había servido de descanso para él. La noche estaba ya avanzada, y lo único que deseaba era llegar a su taberna y tomar una buena jarra de hidromiel.

-Muchas gracias por todo gnomo, nunca olvidaré este gesto.

El gnomo le miró con un aire de incertidumbre aplastante, pero no soltó ni una sola palabra. El goblin, que había dejado de ser oveja hacía ya unas horas, no paraba de quejarse y refunfuñar mientras maldecía al gnomo en todas las lenguas posibles.

Sin mayor titubeo, el gnomo golpeó a los caballos con las cuerdas y pusieron rumbo a su destino. Därrick estaba cerca, muy cerca de su hogar, por ello puso en marcha sus piernas, ahora descansadas por la travesía que había sufrido. El camino se hizo corto para el paladín, pues cuando quiso darse su cuenta, su mirada se posó en su villa, ahora a escasos metros de él. 

Ésta estaba vacía, lejos de la ambiente concurrido de otros días. Därrick proseguía su camino, era tarde y quería llegar a su taberna. Éste se plantó delante de ella, pero cuando quiso abrirla, se dio cuenta de que estaba completamente cerrada. Un cartel, algo desquebrajado, se posaba justo en medio de aquel robusto portón de madera.

El paladín lo agarró con violencia y se dispuso a leerlo:

"Cerrado"

Därrick no podía creerlo. Aquel papel sólo ponía cerrado, ninguna nota, nada que aclarara la marcha de Görog a otro lugar. Sin mayor aviso, el muchacho se apresuró a mirar la bandeja de la correspondencia que se hallaba a escasos pasos de la puerta. Allí yacía una carta, una carta de un papel ya conocido para él.

"La mano de plata llama a algunos paladines para acudir al continente perdido de Kalimdor. Se ha avistado a grupos de altos elfos llegarr allí recientemente en embarcaciones. Nuestro deber es acatar las ordenes, por ello, un grupo de paladines, junto a otros guerreros de distintas artes, acudirán al desconocido continente para expandir nuestra fronteras. Todos los que reciban esta carta deberán presentarse en Bahía del Botín la segunda mañana del mes de mayo".

Apenas quedaban unos días para la fecha, y Därrick debía acudir lo más apresurado posible. La idea de viajar a otro continente enturbiaba los pensamientos del paladín, pese a ello, agarró las pocas fuerzas que le quedaban, montó en su caballo y puso rumbo a su irremediable destino.

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Puedes ver los anteriores capítulos de esta historia por aquí!

¿Quieres saber más acerca de la historia narrada?, entonces no dudes en acudir a AreaJugones y conocer la vida de Nalia, una atractiva pícara cuyos acontecimientos serán narrados en una vida paralela a la de Därrick.

¡El próximo domingo espera un nuevo capítulo, estar atentos!

domingo, 20 de abril de 2014

La historia de Därrick - Capítulo 6 - La ira de la derrota



Un domingo más, tenemos con nosotros un nuevo capítulo de la historia de Därrick, justo desde el punto donde lo abandonamos la semana pasada. ¿Logrará Därrick anteponerse a al situación y sobrevivir a la viles garras orcas?. Descubrirlo por vosotros mismos!

La historia de Därrick - Capítulo 6 - La ira de la derrota

El muchacho de 23 años estaba pálido, helado y muerto de cansancio. El hediondo agujero en el que se hallaba estaba repleto de gusanos, sumido en un lugar apestoso que desprendía un aterrador olor a cadáver. Därrcik estaba completamente aletargado y dolorido, su captura a manos de aquellas viles criaturas, los orcos, no había sido una situación digna de festividad o de alegría.

Sus escasos compañeros que allí se hallaban desprendían un aura similar a la de Därrick, aunque su rostro de espanto era superior. El paladín forzaba las pocas fuerzas que le quedaban en escapar de aquel lugar, pero sus intentos se enmudecieron con la llegada un orco. Sin precio aviso, la vil criatura agarró a un compañero de Därrick, zarandeándolo y tratándolo como un simple despojo. El soldado de la mano de plata retransmitía una evidente sensación de terror, pues su cruel destino estaba a punto de resolverse a manos de una de aquellas criaturas.

El Maestro de acero, una espantosa criatura de aspecto superior y de terribles facciones, agarró con violencia al humano y lo espetó con su espada. Ésta atravesó completamente al soldado de la mano de plata, apagando su mirada y cortando todo atisbo de vida en él.

- Lo señores demoníacos festejarán con tal sacrificio.

Uno a uno, los soldados iban saliendo de aquel agujero espantados de terror. Därrick estaba entre ellos y, como el resto, sabía que su inminente fin estaba tan cerca como el sol en los primeros rayos de luz de una cálida mañana de verano. Därrick no quería morir, al menos no de esa forma y ante tales criaturas. El joven paladín forcejeó con el orco que lo llevaba amarrado con su incontestable fuerza, quería anteponerse a la situación. La vil criatura frunció el rostro, mostrando un claro sentimiento de rabia e ira. Ésta zarandeó a Därrick, alertando al resto del compañeros y al propio Maestro de acero.

- ¡¿Qué ocurre por allá atrás?! - Gritó el maestro con un evidente tono de ira

- Mi señor, esta rata humana se niega a aceptar el sacrifico y no cesael forcejeo

El Maestro de acero se acercó a Därrick, posando su rostro frente a él y le dijo:

- Tú serás el último en presenciar la agonía de la muerte.

- Tendrás el privilegio de observar el espantoso destino de tus compañeros.

Dicho esto, el gran orco empujó a Därrick, derribándolo contra el suelo y precipitándolo contra el agujero del que había emergido.

El Maestro de acero se disponía a realizar los preparativos, debía contentar a sus señores demoníacos de todas las formas posibles. Därrick estaba exhausto por el golpe. Sus piernas habían sufrido, de nuevo, el dolor de la caída y la reiteración de la humedad que hacía presa en aquel lugar. La impotencia invadía su cuerpo, deseaba escapar y ayudar a sus compañeros, pero sus fuerzas no le permitían ir más allá de mantener los sentidos conscientes.

El sacrificio estaba preparado. Därrick observa la situación con las escasas fuerzas que le quedaban. El Maestro de acero se disponía a empuñar su espada y a acabar con la vida de aquellos valientes soldados con la mis rapidez que nubla la tempestad una tarde de otoño. La espada rebanó el aire, el tiempo se paralizó y, cortante como la brisa de verano, la espada de aquel orco degolló la cabeza, una a una, de los soldados maltrechos que se hallaban en el suelo.

La sangre recorría la grotesca tierra de aquel paraje. Los orcos reían y balbuceaban debido a la situación en la que se encontraban. Därrick era el siguiente, y sabía que nadie ni nada lo sacaría de ese terrible destino ¿o sí?

Una hueste de soldados hizo acto de presencia. Arthas, el hijo del rey, los lideraba envalentonados. La compañía atacó ferozmente a los orcos. La espadas penetraban en las armaduras desquebrajadas de los orcos, las hachas y las espadas chocaban unas con otras y el fervor de la batalla aumentaba con cada golpe.

Arthas dominaba hábilmente su martillo, aplastado las cabezas orcas como simples hojas de ramas secas. Los humanos, superiores en número, avanzaban sin temor a la victoria. El Maestro de acero luchaba con todas sus artes, empleándose al máximo en el combate, pero la situación estaba llegando a un punto crítico para él.

Ahora derribado y completamente solo, el gran orco cayó dolorido en el suelo. Arthas estaba justo delante de él y, sin mayor titubeo, aplastó su martillo de forma violenta contra aquella vil criatura. Därrick se sorprendió por aquel acto. No era común en un príncipe acabar así contra sus enemigos, por mucho odio que el corazón de uno mismo procesara hacia éstos. Arthas miró un segundo la situación, observando la masacre que allí yacía. La pena y la tristeza eran presa de su bello rostro. Compañeros de la mano de plata estaban rendidos y sin esperanza para ellos, dado que la muerte era el único que camino que ahora recorrían.

Arthas se paralizó un momento, alzó su martillo y dijo:

- Soldados, es hora de volver a casa y ser recompensados por la victoria. En marcha muchachos.

Därrick se incorporó y, sin apenas fuerzas, intentó posarse sobre sí mismo y recapacitar sobre la situación. Una golpe de suerte la había salvado de aquello. La imagen que se posaba derrotaba toda su alegría y su bien estar. No había sido capaz de defender a sus compañeros, y lo que más le atormentaba, no había sido capaz de defender todo aquello por lo que más procesaba amor "La Mano de Plata".

El joven paladín se dispuso a caminar. Estaba perdido, no sabía donde se encontraba ni tampoco cual era el camino de vuelta, por lo que un sentimiento de frustración, aún mayor, acompañó a sus aciagos pensamientos. La idea de la derrota, de haber sido derrotado, ponía en duda todas sus artes, pese a que la captura no hubiera sido más que una cruel encrucijada del destino. Därrick intentaba sobreponerse a la situación y, sin pensarlo más de una vez, puso en marcha sus piernas en la dirección que él mismo vio más acertada. Deambulando sin rumbo y atormentado por todos aquellos aciagos acontecimientos, Därrick juró en último reclamo al cielo:

-Nunca más, nunca volveré a caer preso de la agonía de la perdición. No permitiré que todos mis allegados vuelvan a sufrir daño mientras yo esté presente. Haré lo que haga falta, pagaré cualquier precio por defender a mi gente y a la "Mano de Plata".

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¡El próximo domingo espera un nuevo capítulo, estar atentos!



domingo, 13 de abril de 2014

La historia de Därrick - Capítulo 5 - ¡Apresados!



Un domingo más, tenemos con nosotros un nuevo capítulo de la historia de Därrick, justo desde el punto donde lo abandonamos la semana pasada. ¿Quienes serán esos seres que están arrasando las aldeas en las tierras de Alterac?. Descubrirlo por vosotros mismos!

Capítulo 5 - ¡Apresados!

El camino estaba helado, la respiración de Därrick comenzaba a entrecortarse como el filo de una espada al golpear el ululante viento. El sol comenzaba a posarse, pero la compañía de soldados mencionada por los caballeros de la Mano de Plata debía proseguir su camino, encomendándose a la única misión que se les había otorgado: erradicar los males que se alzaban en aquellos parajes.

La hueste de soldados estaba compuesta por algunos recién allegados a la Mano de Plata. Därrick conseguía distinguir a muchos de ellos, provocándole un sentimiento de nostalgia irremediable por el paso de los años, pero sus pensamientos no estaban centrados ahora mismo en sus jóvenes compañeros. Cada pisada se convertía en un atisbo de incertidumbre, en un aciago sentimiento de terror que le sobrecogía el corazón. Poco a poco, la compañía de soldados iba avanzando hasta su destino, las tierras Altas.

- Därrick, muchacho, ¿te encuentras bien?.

Mencionó el capitán al mando de la misión

- Sí mi capitán, simplemente son meros pensamientos que nublan mis acciones y, que por desgracia, llevan un tiempo aciago acompañándome.

El capitán estaba expectante ante las palabras de su soldado, pero debido al peligro de la misión, giró la cabeza y siguió encaminando la marcha.

El frío comenzaba a helar el viento, los soldados intentaban arroparse con sus capas, pero la nieve estaba ya presente en cada parte del húmedo suelo. La zona en la que se hallaban estaba en un punto elevado en las montañas, por ello, la nieve era un rasgo común de aquel clima. 

Pisada a pisada, la hueste de soldados avanzaba a su destino. Unos con otros, susurraban y rumoreaban sobre la situación en la que se encontraban. Algunos incluso se atrevían a hablar del hijo del rey, Arthas, y Uther, los cuáles habían sido mandados a la defensa de Strahnbard, un pequeño pueblo que se depositaba a escasas millas de las tierras Altas.

De pronto, un aullido se proclamó en la zona, como un atisbo de un mal presagio de un inminente mal. Sin mayor aviso, una lanza salió disparada en dirección al pecho de uno de los compañeros de Därrick, atravesándole completamente el corazón y empujándolo contra el helado suelo. El joven paladín no podía creer lo que estaba viendo, estaba exhausto por la situación y aletargado. 

Rápidamente, una horda de feroces orcos salió de las proximidades de unos árboles y asaltó a la compañía de soldados. Estas viles criaturas, de piel verdosa, presentaban un aspecto feroz. Sus armaduras estaban hediondas y mal forjadas, y sus armas oxidadas y resquebrajadas por el paso del tiempo, aunque punzantes y peligrosas.

-¡A las armas soldados, desenvainar las espadas, protegeros con vuestros escudos!-

Gritó ahora el capitán de la hueste, preso de la desesperación por hallarse en tal situación.

Las espadas cortaban el aire, los orcos avanzaban sin temor, y la hueste de la Mano de Plata se encontraba en clara desventaja numérica. Pese a ello, Därrick desenvainó su espada y se apresuró a rebanar unas cuantas cabezas orcas. El primero se abalanzó sobre el joven paladín, como una hiena muerta de hambre, pero debido a su elevado peso y corpulencia, Därrick consiguió esquivarlo y decapitarlo para así acabar con su cruel vida.

Uno tras otro, los orcos acababan con una compañía que, si no ocurría un milagro, caería presa de las garras orcas. Därrick continuaba alzando su espada, combatiendo contra los viles orcos, golpeando su acero contra aquellas hojas desquebrajas por el paso de tiempo. De pronto, un orco ensangrentado apresó a Därrick por la espalda. Éste intentaba estrangularlo, como si las armas hubieran pasado a un segundo plano.

El joven paladín estaba en una situación muy delicada. El número de compañeros se reducía notablemente, los orcos aparecían de la nada, pero la situación no iba a dejar de empeorar ahí. Därrick proseguía con su forcejeo, el orco lo tenía amarrado por casi todas las partes de su cuerpo, pero debido a sus artes como paladín, y a la mano que aún quedaba libre de la fuerza orca, lanzó un haz de luz que cegó al orco por completo y a un grupo que se encontraba a escasos centímetros de la situación. Rápidamente, Därrick alzó su espada y la introdujo en el pecho de aquella espantosa criatura. 

El orco agarró el filo que profundizaba hasta el otro lado de su ser e intentó extraérselo zarandeado la espada y al propio paladín. Därrick no podía entender aquella situación, ¡la espada estaba completamente atravesada y el orco seguía con vida!. 

Rápidamente, el muchacho sacó la filo del pecho del orco, cortando la mano de éste, y le rebanó la cabeza sin previo aviso. La situación era más delicada de lo que él mismo podía imaginar. El capitán de la hueste tenía la cabeza completamente empotrada contra el suelo, en una charca de sangra enorme dejaba por la cantidad de cortes que tenía su cuerpo desmembrado.

Los orcos cesaron de golpear. Los soldados se encontraban en el suelo, muertos de dolor y repletos de heridas provocadas por el combate. Därrick tenía el cuello forzado, las piernas agotadas y una herida, provocada por un hacha, que le recorría parte de la espalda. 

Un gran orco irrumpió en la mancillada situación. Esta criatura era aún más grande que los demás y presentaba un aspecto mucho más mortífero y terrorífico. Con una evidente sonrisa en los labios, el orco mayor se acercó a uno de los compañeros del paladín, alzó su espada y dijo:

-Despojos humanos, vuestra carne es débil. Hoy vais a ser presos de la angustia, del terror y de la muerte.

-El señor estará contento con el presente que le vamos a mandar. Rápido soldados, estos humanos van directos al sacrificio.

¿Sacrificio?. Därrick estaba aterrorizado, apenas quedaban cuatro miembros de la hueste junto a él. Los orcos comenzaron a agarrar a los humanos supervivientes y los arrastraron de forma violenta prosiguiendo un sendero paralelo al camino que había pisado la compañía anteriormente. 

Algunos soldados gritaban de dolor, las heridas eran profundas. Los orcos empujaban a los supervivientes, golpeándolos contra el suelo, escupiéndoles, tirando de ellos como si no fueran más que débiles troncos de ramas secas. Därrick, arrastrado por un vil orco, estaba exhausto, espantado por la palabra que acaba de escuchar. Lo único que podía deducir de todo aquello es que iban a ser sacrificados, pero ¿por qué?, y ¿para qué?. 

El suelo estaba repleto de piedras incesantes que se clavaban en el trasero del joven paladín. Därrick estaba dolido, muerto de cansancio y aterrorizado. Durante el trayecto, el joven paladín hacía un esfuerzo por distinguir frases, palabras que le explicaran que era todo aquello. Clan Roca Negra, orcos, e incluso demonios, surgía de la boca de alguna de aquellas viles criaturas.

Sin previo aviso, los orcos frenaron su marcha y lanzaron violentamente a los humanos hacia un foso. Habían llegado a una especie de campamento orco. Este lugar estaba repleto de sangre, cadáveres...apestaba a putrefacción y demás cosas nauseabundas, pero de entre todo el decorado, hubo algo que había llamado la atención de Därrick. Unos monolitos, de aspecto oscuro y rojizo, se posaban en aquel paraje. Emanaban un aura oscura y terrorífica, además, tenían grabados letras en un lenguaje que Därrick no había leído nunca.

 Un orco, que se hacía llamar "maestro de acero", asomó su cabeza en aquel hediondo y apestoso agujero en el que se hallaban los pocos supervivientes humanos. 

-Serán gratas presas para el sacrificio.

-Vamos panda de inútiles, realizar los preparativos, hoy nuestros señores demoníacos nos recompensarán por tal sacrificio-

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¿Quieres saber más acerca de la historia narrada?, entonces no dudes en acudir a AreaJugones y conocer la vida de Nalia, una atractiva pícara cuyos acontecimientos serán narrados en una vida paralela a la de Därrick.

¡El próximo domingo espera un nuevo capítulo, estar atentos!


domingo, 30 de marzo de 2014

La historia de Därrick - Capítulo 4 - La bendición de la luz



Otro domingo más, llega un nuevo capítulo de la historia de Därrick. Han pasado dos años desde el último episodio, y por fin, nuestro joven paladín será bendecido por la eterna luz, pero ¿qué sigue atormentando sus pensamientos?, ¿qué le espera al joven muchacho?. Descubrirlo por vosotros mismos!

Capítulo 4 - La bendición de la luz

-¡Därrick!, vamos muchacho despierta, hoy es el día, hoy seguirás la senda de la luz, vamos paladín, llegamos tarde-

2 años habían pasado desde que el joven paladín Därrick había sufrido el sentimiento de todos aquellas aciagos acontecimientos. En todo ese tiempo, Därrick había profundizado en sus artes como paladín, mejorando día a día y alcanzado el nivel requerido para ser bendecido como un caballero de la Mano de Plata.

Hoy era ese día, ese día que todo paladín ansiaba desde el momento que había escogido el camino de la luz, pero para Därrick se estaba convirtiendo en toda una agonía, ya que después de una complicada noche, había despertado algo más tarde de lo requerido. El peto, la capa, la espada... objeto tras objeto, el muchacho se apresuraba para hallar todos los correspondientes bienes que le había solicitado el arzobispo Zalmus. Ya era la hora, apresurado, éste bajo corriendo las escaleras que conducían al salón de su acogedora taberna. Allí, Görog lo esperaba, con una enorme sonrisa que llegaba de un lado a otro de su robusto rostro.

-Vamos Därrick, es la hora de acudir a la catedral de la villa. Los demás paladines estarán esperando, y como debes saber, no es correcto hacer esperar al arzobispo en un día tan pronunciado como éste.

Sin mayor titubeo, el joven paladín puso rumbo a la capilla, que se hallaba unas calles más abajo, junto a su inseparable amigo Görog. El ambiente rebosaba luz, resplandor, alegría, la gente bailaba, las trompetas sonaban, pues era día de celebración. Muchos paladines habían alcanzando el nivel requerido que solicitaba la Mano de Plata y Därrick se encontraba entre ellos. Durante el trayecto, el joven muchacho retransmitía una sensación de tenue dolor, de amargura mezclada con la alegría que invadía su cuerpo debido al día que se proclamaba en los cielos.

-¿Ocurre algo muchacho?. ¿Son esas visiones, ese druida, esos sueños?

-Sí mi viejo amigo. No han cesado desde la primera vez, siguen atormentando mis pensamientos, mis emociones, mis dolores. Tengo miedo, miedo por el futuro. Una y otra vez, ese tenebroso caballero combatía por erradicar todos los buenos momentos de mis sueños, afligiendo contra mi ser y provocando terribles pesadillas.

-Därrick, por más que he buscado, no he logrado encontrar ningún escrito que describa al caballero de tus pensamientos. Mis conocimientos de la historia de Azeroth son profundos, pese a ello, nadie ni nada que yo haya visto o conocido ha tenido el perfil que has logrado describirme acerca de ese caballero. No debes preocuparte por un mero sueño, pero debes estar alerta, algo perturba la calma de este mundo.

Con esas palabras incrustadas en lo más profundo de su cabeza, Därrick se acercaba a la capilla donde por fin escogería el camino final de la luz. La resplandeciente capilla, pese a su tamaño más bien pequeño, presentaba un aspecto hermoso digno del día. La piedra blanca emanaba luz, alegría, acompañando a las trompetas que resonaban por todo el lugar. Allí estaban todos, Därrick apenas conseguía distinguir a muchos de ellos, pero la felicidad y al luz era común en todos los presentes.

Uno a uno, todos los paladines entraban a la capilla triunfales y sonrientes. El arzobispo les esperaba en la parte más resplandeciente del lugar. Därrick iba en última posición, se había quedado embobado observando la majestuosidad de la situación.

-Hermanos, estamos aquí reunidos para guiar a estos nuevos sirvientes de la luz al total camino de la iluminación- Mencionó el arzobispo Zalmus con un tono respetuoso.

-Hoy, todo estos caballeros pertenecerán a la Orden de la Mano de Plata, jurando luchar por la luz y bendiciendo sus almas a la pureza-

-Que por la gracia de la luz podáis sanar a vuestros hermanos-

Zalmus se giró a en la dirección donde se hallaban algunos de los miembros de la Mano de Plata.

-Sea así, los caballeros de la Mano de Plata bendecimos a estos valientes paladines-

Dicho esto, el arzobispo tocó con su vara, de aspecto más bien dorada, a cada uno de los paladines presentes, iluminando la resplandeciente armadura de cada uno de los presentes arrodillados.

La gente rodeaba a los recién llegados a la Mano de Plata. Todos los lugareños, además de los caballeros, arrinconaban a los nuevos miembros de la orden apretando sus manos y lanzando esbozos de felicidad. Entre tanto alboroto, Därrick se distanció para abrazar a su querido amigo Görog.

-Que alegría muchacho, por fin, después de tantos años, de tanta insistencia...-

Las lágrimas del enano eran inevitables. Cada gota recorría sus ropajes demostrando el cariño y el afecto que le tenía al paladín.

-Por fin mi viejo amigo, después de todo, seré un caballero de la Mano de Plata.

Arthur el Leal no había faltado a la cita. El mentor de Därrick durante muchos años quería felicitar a su aprendiz. Con una sonrisa de oreja a oreja, el maestro paladín abrazo a éste demostrándole su afecto.

-Bendito seas joven muchacho, por fin eres un caballero de la Mano de Plata- afirmó Arthur con un tono, más que evidente, de alegría.

-Es un honor haberme convertido en un siervo de la luz después de haber aprendido todas sus enseñanzas maestro-

-Därrick, debes de saber que tu camino dependerá de ti mismo a partir de hora. No temas a la muerte, lucha por tus compañeros y proclama la luz siempre que te sea necesaria. Por mi parte, debo acudir a Ventormenta, asuntos me reclaman por la gran ciudad. Nos volveremos a ver joven paladín.

Dicho esto, Arthur dio una palmada al muchacho y se perdió entre la cálida multitud.

Después de unas breves charlas con algunos de los paladines presentes y recién admitidos a la orden, el joven muchacho, extenuado por el ajetreo del día, puso rumbo a su cálida taberna.

Därrick estaba agotado, el día había sido triunfal para él, pero las botas de placas plateadas le pesaban más de lo previsto. Debido a ello, el joven paladín se reclinó sobre la cama apoyando su agotado cuerpo sobre ésta. El tiempo había cambiado, como si el dorado sol del día no hubiera sido más que un presagio de una tempestad que estaba apunto de asolar las tierras de Lordaeron.

-Soy yo, estoy solo en un páramo que desconocen mis sentidos, ¿por qué?-

-No puedo soportar este frío, este dolor invade cada parte de mi ser, mancillando mis sentidos, ¿dónde estoy?

Därrick se levantó de la cama, aletargado y espantado por el sueño. Otra vez se repetían esas horribles pesadillas. El joven paladín reposó su cuerpo sobre sí mismo, levantándose de la cama. La mañana estaba apagada, unas nubes oscuras como la roca negra se imponían en el cielo. Därrick se apresuró a abrir la ventaba de sus aposentos, necesitaba sentir el aire fresco en su pálido rostro.

De pronto, marcó la mirada en un papel que se hallaba encima de la mesa que se encontraba a unos pasos de él. Éste se apresuró a mirar lo que contenía su interior. El pergamino presentaba un aspecto más bien deteriorado, y en la esquina superior derecha estaba estampado el sello de la Mano de Plata incandescente y de color rojo intenso.

Se solicitan las artes de todos los paladines disponibles para acudir a las tierras de Alterac. Un mal está asolando aquellos parajes, y nuestro deber como paladines es defender al pueblo.

Por la luz.

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domingo, 23 de marzo de 2014

La historia de Därrick - Capítulo 3 - La Tormenta de las profecías



La tercera parte de la emocionante historia de Därrick ya está entre nosotros. ¿Quién será esa extraña figura que se presentó sin mayor aviso en los aposentos de nuestro protagonista?, descubrirlo por vosotros mismos!.

Capítulo 3 - La Tormenta de las profecías 

Därrick perdido, aún aletargado por la sorpresiva aparición de los lobos metafísicos que le habían salvado la vida, no lograba comprender el desaliento y la desesperación que imperaba la voz de aquel desconocido, seca, sin emociones, como un profeta desaparecido entre la sucesión de susurros malditos, en los túmulos del exterior mágico… Se sentía solo pero acompañado por una fuerte presencia, como una contradicción, como los lobos en aquel bosque.

-No se quien le ha permitido pasar, pero no es pertinente ahora mismo mantener una conversación sin sentido con un vagabundo cualquiera… Le tendré que pedir que salga de mi habitación, soy el dueño de esta posada

El extraño visitante se levantó y dejó el paso a Därrick… y justo en el marco de la puerta, como un cuervo tempestuoso profetizó:

-Los lobos son señal de muerte Därrick… Pero la muerte trae la resurrección de la tempestad, de la fuerza y la iluminación…

Därrick se detuvo en seco, sintió el peso del aliento malévolo en su columna vertebral y, al darse vuelta, la sombra que antes le acompañaba descendía a la posada. El joven paladín sonrió nervioso, deseando alejar sus pensamientos y en ese instante, como un vaticinio glamuroso del destino aciago que le esperaba, escuchó la animada  y siempre álgida voz de su amigo enano Görog, uno de los que mas le habían acompañado con el paso del tiempo. Desde que era joven, su alma se había visto irremediablemente atada a su pequeño amigo. Sonrió, en medio de aquella tempestad de coincidencias y Lobos, sonrió. Deseo olvidar aquel extraño acontecimiento.

No pudo.

Las escaleras se hacían enormes a sus pasos, un hombre regio ahora aletargado por el destino, por la magia o la hechicería que producía la verdad y el conocimiento en su alma… Sintió vértigo, respiro pesado, suspiró y siguió descendiendo, como un caballero herido de espada y escudo, como un hombre caído de su caballo y en desgracia física… Tenia miedo, en su pensamiento se cruzaban los lobos… ¿Por qué? ¿Acaso sentía miedo?, no lo sabia y prefirió pasar del tema cuando Görog le abrazó…

El enano le esperaba en las escaleras, justo en el último escalón con los brazos abiertos, era un viejo amigo de nuestro joven caballero aún cuando la vida hubiera hecho todo lo posible para separarlos ahora mismo se encargaba de reunirlos en el ojo del huracán mágico. Por un momento, Därrick volvió a la realidad absurda y se sentó con su joven amigo enano.
Görog era joven para su raza, uno de los enanos de familia noble que habían caído en desgracia familiar, de barba descuidada y cabellos dorados. Görog le ofreció asiento, el pequeño enano siempre había sido confiado y no se percato de la palidez de su su amigo. Pasó de largo de ese pequeño detalle y hablaron con hidromiel en sus manos, ¿De qué hablar? De la realidad que acechaba, los rumores decían que Görog había pasado su vida en Kalimdor, al otro lado del mundo.

-¿Los rumores son ciertos?- Esgrimió el joven muchacho con un tono de evidente incertidumbre

-En Kalimdor las cosas no están bien Därrick, vi patrullas enteras desaparecer en la noche una y otra vez, como si fueran directamente conscientes del suicidio… Pero sin gritos, sin gritos ni sangre, los cuerpos desaparecían, el aliento cesaba en la llanura orco… Algo se prepara Därrick…

El muchacho sintió un terremoto en su voluntad, dado por las apocalípticas palabras de su compañero y por una visión del terror avezado… El mago estaba a dos mesas de ellos, observándole como un cuervo vigilante en el busto de un gran filosofo… Esperando, soprendéntemente en calma. Därrick sabia que le llamaba inconscientemente. Se disculpó un momento y se detuvo de pie al lado de la mesa del encapuchado.

-¿Cómo sabia que me salvaron los lobos? – Därrick fue directo al tema, el mago impávido pensó en la respuesta y nuestro joven caballero se impaciento en cuestión de segundos, suspiró enervado y posó su mirada en el marco de marfil de la ventana que marcaba una tormenta… Se acercaba el anochecer de los cristales rotos.

-Yo los envié Därrick… El destino me ha procurado la labor de mantenerte vivo hasta que tuviéramos esta discusión… Toma asiento por favor.

El joven paladín se sorprendió y sintió un vuelco en el corazón, este druida ahora profeta le rogaba sentarse… Así lo hizo, con cierto titubeo en sus pasos… El druida no le dejó hablar

-Llegue dos noches antes que tú al pueblo Därrick y no fue azar, vengo a advertirte del peligro… Al oeste las cosas no van bien, algo, un antiguo enemigo se levanta disfrazado de cordero, debes tener cuidado pues de ahora en adelante el destino rivaliza contigo, te va a poner obstáculos… te va a herir hasta la agonía. Debes ser fuerte joven caballero… ¿Por qué? Por tus sueños, por tu linaje… por Azeroth.

Toda esta información tomaba por sorpresa a Därrick que se sintió en un sueño

-¿No puedes protegerme?, ¿Ayudarme?- Preguntó el paladín asustado y entumecido por las palabras escuchadas

-No hay tiempo para preguntas, la tormenta abisal se acerca desde el oeste, debes sobrevivir Därrick y, en el momento en que despiertes ya todo estará en orden… Prepárate, te esperan años difíciles…

Las palabras del mago se disolvieron como la realidad en un crisol de metal de hierro…  El joven paladín se sintió estasiado, feliz… Brutalmente confuso.

Su cuerpo presentaba ligereza, parpadeo y el mundo se había vuelto gris, como si su posada hubiera sido arrancada por el huracán que se acercaba… Caminó entre las ruinas desconcertado pero con un camino trazado que ni el conocía, como un brujo de épocas pasadas que conoce su existencia, su camino y labor…

-¿Dónde estoy?

La pregunta pronto fue contestada por una flecha que surcó en el cielo tras un grito desgarrador de una chica desconocida… ¡Corre! Se dio media vuelta y lo vio, al paladín de acero negro montado en su caballo resplandeciente con el mandoble a un costado; vio a la chica caer ante la estocada final del caballero. Sintió terror ante las mascara de hielo que portaba… Descendió.

-¿Dónde estoy?

Repitió en vano, el caballero se acercaba y sus instintos reaccionaron cortando el corte en seco del mandoble con su espada, movió la espada en círculos para sacárselo de encima, no lo consiguió y se arrastro hacia atrás para ponerse de pie…

-¿Quién eres?

El caballero ágil volvió a cortar el aire con el mandoble con un sonido espectral que se ahogaría en el choque con el hierro de la espada de Därrick que, rendido, apenas podía mantenerse en pie. Tenia demasiada fuerza aquel personaje y era, extrañamente familiar. Volvió a acercarse, sintió el acero pesado surcar el cielo… Därrick gritó con furia y rabia, pues su espada se quebraba como una profecía sobre la mancillada tierra. El impulso le hizo trastabillar, caer…

Se arrastró pero siente un árbol a sus espaldas… Respira pesado

Sus ojos se entornan al destino, al miedo

El mandoble se levanta… Desea no mirar

Valiente intenta hacerlo… Sostiene la mirada

Luego, las luces se apagan.

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domingo, 16 de marzo de 2014

La historia de Därrick - Capítulo 2 - Susurros en la lluvia




Otro sábado más llega la historia de Därrick, justo desde el punto donde la dejamos la pasada semana. Disfrutarla!!!

La historia de Därrick - Capítulo 2 - Susurros en la lluvia

La lluvia se deslizaba por la armadura de Därrick, el camino estaba húmedo y hediondo, y el cansancio hacía mella en él, pero por suerte, el joven paladín lograba divisar su villa entre la violenta lluvia que esa noche atormentaba las tierras de Lordaeron. Impaciente, comenzó a golpear al caballo para que éste se apresurara.

Estaba en su hogar, Därrick había llegado por fin a su villa, ahora desierta por culpa del temporal que inundaba las calles. La pequeña aldea se caracterizaba por tener un ambiente muy concurrido. Sus edificios estaban desquebrajados por el paso del tiempo, y por la falta de dedicación en ellos, pero de todas formas, lucía como una villa muy agradable y acogedora. El muchacho bajó de su fiel corcel, pues sabía que éste estaba demasiado agotado como para soportar más peso, era un joven caballo, y aún le faltaban años para curtirse. La mente de Därrick se apagaba como una vela apunto de agotarse, estaba atormentado y exhausto por todo los acontecimientos acaecidos en las últimas horas, y sus robustas piernas comenzaban a flaquear.

La lluvia intensa se proclamaba en aquel lugar como una ventisca en invierno. El camino estaba mancillado por viejas pisadas, y debido a la intensa cortina de agua creada por el temporal, apenas se podían visualizar siluetas a más de 3 metros de distancia. Sin previo aviso, el joven muchacho logró avistar su taberna. Un destacado caserón enorme completamente de madera y similar al resto de hogares que allí se hallaban se posaba delante suya. Por fin, después de todo lo ocurrido, el joven paladín se encontraba en su hogar.

-¡Därrick!, por fin has vuelto, estaba preocupado- Dijo Gorog el enano con una mirada de incertidumbre.

Gorog, el enano cervecero, es una de las personas en las que más ha confiado Därrick a lo largo de los años, eran fieles amigos y su inseparable amistad los había unido por los fuertes lazos del destino.

-Gorog, disculpa la tardanza, pero he tenido unos cuantos percances por el camino- Dijo Därrick con tono agotador.

Gorog soltó su particular sonrisa y consiguió gesticular unas palabras que al paladín le sonaron benditas.

-No hay nada que no se arregle con una buena jarra de hidromiel y algo que llevarse al estómago, vamos siéntate cerca del fuego, debes de estar helado- pronunció el enano con un tono de amabilidad muy agradable.

La taberna estaba llena, como de costumbre. Caballeros, guerreros, agricultores...todos se sentaban en las bastas mesas de roble que llenaban la sala. La arquitectura era, sobre todo, acogedora. La madera estaba presente en cada rincón, cabezas de animales, baratijas de un metal de valor discutible, junto a cuadros de castillos y montañas lejanas, completaban la decoración.

Därrick estaba agotado, y haciendo caso de las palabras de su viejo amigo, se fue decidido hacía la estufa que iluminaba gran parte de la sala. El fuego alumbraba el rostro del muchacho como el primer rallo de luz en una mañana de verano. Los sucesos se repetían con constancia en la cabeza del paladín. Una y otra vez agonizando el poco esfuerzo que ahora empleaba en intentar olvidar todo lo ocurrido, pero era imposible para él. Sin previo aviso, el viento murmuró una palabra.

-Därrick...-

Seguido de ésto, una fuerte bocanada de aire abrió la puerta de la taberna junto con un precipitado golpe. Todos los hombres de la sala miraron en esa dirección, y no era para menos, una figura poco común por aquel lugar acababa de hacer acto de presencia en la taberna. Enmudecidos, todos observaban aquello que se movilizaba por la sala con un tono de incertidumbre insultante. Un hombre de avanzada edad y con unas telas un tanto resquebrajadas y mancilladas por el paso del tiempo, avanzaba hacía una mesa ubicada en una de las esquinas de la taberna. Därrick no cesaba de mirarlo, estaba intrigado, su mente no creía lo vivido. Gorog, que había estado metido en la cocina preparando algo para Därrick y el resto de hombres durante los sucesos ocurridos anteriormente, hizo acto de presencia en el comedor. La mirada de sorpresa era innegable en el rostro del enano. Sus ojos se clavaron en aquella figura de pose extraña.

Como era común en Gorog, no iba a dejar su cordialidad de lado. Se acercó titubeante al extraño hombre y, con un todo un tanto tímido, mencionó:

-Anciano, ¿necesita algo?-

La extraña figura lo observó detenidamente y a continuación hizo un gesto con la mano derecha mientras le murmuraba algo que sólo Gorog logró escuchar. Pasaron las horas, el ambiente ahora en la taberna estaba viciado, los hombres se habían olvidado de la presencia de aquella extraña figura pasado un rato. Éstos ahora bebían, reían, y algunos gritaban y discutían, pero Därrick no, seguía nervioso, tenso, observando al extraño hombre de vez en cuando. Éste no le devolvía la mirada, simplemente observaba un libro que había sacado al poco de que Gorog le hubiera llevado su pedido.

El joven paladín, inquieto por la situación, decidió salir a recorrer los alrededores, necesitaba aire fresco en el rostro. La luna amenazaba en el cielo, el frío rompía en cada parte descubierta de Därrick, y la lluvia era más intensa que antes. El muchacho, decidido a alejarse de su taberna durante un largo rato, se encamino a los alrededores de su villa. Los pensamientos seguían invadiendo la mente del paladín. Estaba confuso, perdido, se preguntaba una y otra vez porqué todo aquello le estaba ocurriendo así, de esa forma, sólo tenía claro que aquel sueño había sido el desencadenante de unas situaciones extrañas y poco comunes. Därrick andaba sin un camino predefinido, recorriendo un sendero que apenas se entreveía a causa de la fuerte lluvia. De pronto, volvió a escuchar un susurro en el aire que estremeció su corazón.

 - Därrick...-

Otra vez, era aquella voz, era el mismo susurro que había abordado su mente cuando había hecho acto de presencia esa extraña figura en la taberna. El joven paladín, aletargado por las palabras que rebotaban en su cabeza, no se había dado cuenta de que su presencia había llamado la atención de un bandido. Éste lo observó, ocultando su figura entre los árboles y la lluvia que irrumpían en aquel lugar. Un momento de descuido del paladín le bastó al bandido para abordarlo por detrás. La empuñadura de su daga golpeó la cabeza de forma violenta al paladín, empujándolo contra el mojado suelo. El bandido se hallaba en una situación muy favorable, pues tenía una daga depositada en el cuello de su víctima. Därrick estaba asustado y exhausto por el golpe recibido, no sabía como reaccionar, estaba completamente desarmado y vencido. Con tono amenazante y de evidente locura, el bandido le susurró al oído:

-No grites, pues te rebanaré el cuello sin dudarlo. Ahora dame todo lo que lleves y nadie sabrá de esto-

El joven paladín no sabía como reaccionar, no sabía como actuar, no llevaba ningún objeto de valor ni tampoco ningún arma, pues había dejado todo a cargo de Gorog cuando había llegado a la taberna. El bandido comenzó a impacientarse, la lluvia era muy intensa y apenas se veía a escasos metros de distancia.

-Vamos, apresúrate, te he visto llegar a la villa en ese esplendido corcel. Tus ropas son dignas de alguien adinerado, debes de llevar un buen saco de oro, te exijo que me lo des-

El bandido habló ahora mucho más violento, estaba tenso, pues sabía que las patrullas de los guardias podían rondar esa zona. En ese mismo instante, pudo escuchar entre el implacable goteo de la lluvia, el aullido de un lobo. ¿Lobos? imposible, nunca solían acercarse a las proximidades del pueblo. Unas siluetas negras se apresuraban hacia ellos a toda velocidad, las dos primeras más adelantadas mientras una tercera se acercaba al trote deteniéndose a unos pasos de distancia observando la escena al tiempo que las otras dos se abalanzaban sobre el bandido.

Éste, completamente vencido, fue devorado, descuartizado y mutilado por aquellas criaturas. Una de ellas, que no se había precipitado sobre el ladrón, observó a Därrick. El muchacho sabía la situación tan espantosa que le esperaba, sólo era cuestión de tiempo que aquellas criaturas terminaran con el festín que tenían en sus afilados dientes para continuar la cena con él. Estaba completamente atemorizado, sabía que era su inminente fin, pero de pronto, los tres lobos se alejaron entre la capa de lluvia que rociaba la noche. El joven paladín se levantó, no daba crédito a lo que acababa de ver, tres lobos habían acudido en su rescate. Sin mayor dilación, y aún con el temor en el cuerpo, puso rumbo a su taberna lo más rápido que le permitieron sus piernas.

Había vuelto a su hogar, y no pensaba salir de él hasta la mañana siguiente, estaba exhausto por los acontecimientos acaecidos. Se paseó por el comedor, ahora vacío dado la tardía hora que era. Gorog lo observó con una mirada de alarmante preocupación, pero esta vez no salió ninguna palabra de sus robustos labios. Därrick subió las escaleras que conducían a sus aposentos lentamente, se plantó delante de la puerta de éstos, extendió su brazo, y la abrió. El joven muchacho no daba crédito a lo que observaba, era la extraña figura que había hecho acto de presencia horas más tarde en la taberna. Ahora se depositaba en su cama, con una postura de misterio y con un aire de incertidumbre insoportable. Ésta, colocó su resquebrajado bastón sobre el suelo, se quitó la capucha y dijo con un tono envolvente:

-Joven paladín, te estaba esperando, sé que ibas a volver, sé de tus temores, de tus preocupaciones, de tus miedos, acércate-

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¿Quieres saber más acerca de la historia narrada aquí?, entonces no dudes en acudir a AreaJugones y conocer la vida de Nalia, una atractiva pícara cuyos acontecimientos serán narrados en una vida paralela a la de Därrick.

¡El próximo domingo espera un nuevo capítulo, estar atentos!



domingo, 9 de marzo de 2014

La historia de Därrick - Capítulo 1 - Presagios oscuros



El primer capítulo de la historia de Därrick ya está entre nosotros. Esta nueva sección promete reavivar el blog, cada domingo, con una trama basada en el popular universo de Warcraft. Aquí tendréis la oportunidad de conocer a Därrick, un noble paladín cuyos acontecimientos le conducirán a revivir algunos de los hechos más importantes de la historia de Warcraft desde una perspectiva completamente distinta, y de paso, conocer algunos de los personajes más emblemáticos de la historia de Warcraft. ¿Preparados para la aventura?

La historia de Därrick - Capítulo 1 - Presagios oscuros 

Miedo, hambre, tristeza, nostalgia..., muchas cosas se le pasaban por la mente, ahora destrozada por los acontecimientos vistos en las últimas horas, a Därrick el Iluminado. El clima estremecía su cuerpo, la sangre bullía de su profunda herida, tenía ante él algo que había considerado muy importante a lo largo de la etapa más destacada de su vida, y ahora, no significaba más que su inminente fin, pues un arma le rozaba el cuello, y estaba lista para degollárselo y acabar con su tormento.

-¡Därrick!- gritó Arthur el Leal.

El muchacho se encontraba muerto de cansancio en el césped. Estaba en su horario de entrenamiento habitual como paladín, a manos del instructor Arthur, y éste no le dejaba ni un minuto de respiro. Una y otra vez, obligaba al joven muchacho de 17 años a blandir su espada y a realizar las tareas indicadas, pero Därrick, pese a que lo hacía notablemente, no llegaba a contentar a su maestro.

-Muchacho, llevas semanas sin mejorar y apenas prestas atención a las clases, ¿que preocupación ronda tu mente?- Dijo Arthur mientras alegaba un suspiro de preocupación

-Mi señor, mis preocupaciones son tus preocupaciones, cualquier problema que sintiera lo compartiría con vos- Asintió Därrick

-Joven paladín, te conozco desde hace más de una década, y sé perfectamente que cuando tus ojos verdes muestran esa mirada de preocupación, algo perturbador ronda tu mente- añadió Arthur a sabiendas de que algo le ocurría al joven paladín

-Seré sincero con usted mi señor. Ayer por la noche, mientras dormía en mis aposentos, tuve un sueño. Un joven muchacho nacía, una larga melena dorada le crecía a su temprana edad de los 12 años, resplandecía luz, esperanza por donde pasaba, pero de pronto, todo se tornaba gris y oscuro, no había más que muerte y desolación. Lo peor de la situación llegaba cuando yo mismo me daba cuenta de que me encontraba en medio del caos y no podía hacer nada para impedir aquella desgracia-

Arthur lo observó, se quedó parado, y alzó su mano para colocarla en el hombro de su aprendiz al mismo tiempo que mencionó:

-Därrick, los sueños no son más que meros pensamientos que vemos cuando todas las luces se disipan. Debes aprender a que éstos no mancillen tu ser, pues no son más que eso, sueños. De todas formas, puede que estemos excediendo el entrenamiento, ya basta por hoy, puedes ir a descansar.- Dicho esto, Arthur dio una palmada en la espalda al joven paladín y se retiró campo arriba en su espléndido corcel.

Därrick estaba agotado, y lo único que se le pasaba por la cabeza era llegar a su hogar lo antes posible y disfrutar de una buena jarra de hidromiel en su Taberna. El camino pedregoso y mancillado por las pisadas de viejos corceles se estaba haciendo demasiado largo. Su villa se hallaba a unas cuantas millas de su particular recinto de entrenamiento, y debido a la impaciencia del joven muchacho, éste atizaba a su pequeño corcel para poder llegar lo más rápido posible. El trayecto iba nublando los pensamientos de Därrick como las nubes oscuras en una cálida tarde de verano. A causa del cansancio provocado por el intenso entrenamiento, el paladín no dudó en acercarse el lago que se hallaba a unos metros del deteriorado camino.

Las imágenes son representativas

Därrick zambulló sus castigadas manos en el agua cristalina que inundaba el lago. Ésta estaba helada como el frío invierno, pero aún así, el muchacho no dudó en introducir su cabeza. La sensación de frescor apabullaba todos sus sentidos, otorgándole un segundo de respiro que no había sentido en todo el día. De pronto, en un simple aullido del viento, Därrick divisó un ente que se posicionaba expectante entre el lago y el bosque que limitaba aquel lugar. Sin mayor reclamo, el joven paladín no dudó en coger las escasas fuerzas que le quedaban y acercarse al enigma que se le había presentado sin mayor aviso.

Conforme más se acercaba, o eso pensaba el joven paladín, más tenía la sensación de que aquel ente se alejaba. Aceleraba su paso sin darse cuenta del camino que estaba recorriendo. El pedregoso recorrido se nublaba, tornándose oscuro y mancillado. Sin apenas prestar atención a esto, Därrick se encontraba en una arbolada profunda y oscura. Estaba perdido, y lo que más atormentaba al joven paladín, había perdido de vista al ente que había estado persiguiendo sin cesar.

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No sabía que camino tomar, comenzaba a oscurecer y la luz era tenue, los grandes árboles apagaban la escasa iluminación que lograba penetrar por aquellas extensas ramas, como si de viejos árboles se tratase, pero para sorpresa, el joven consiguió divisar al ente de nuevo. Apresurado, el paladín corrió detrás de él hasta llegar a un bebedero de agua viejo y resquebrajado por el paso del tiempo. Sin mayor dilación, el ente desapareció completamente sumergiéndose en dicho bebedero. Därrick estaba exhausto por los acontecimiento, la extraña figura se había esfumado en el aire como los polvos de un mago en medio de un encantamiento. Con el corazón aún encogido por la situación que acaba de presenciar, Därrick se apresuró a observar que había en el interior de aquel extraño monumento que se posaba delante suya. El temor y la expectación invadían cada parte de su ser.

El muchacho observó en el centro de aquella agua cristalina y pura. En ella, reconoció un rostro de un joven, y en ese preciso instante, ese rostro se torno pálido y putrefacto, provocándole un estremecedor grito de terror, seguido de una inevitable caída que lo precipitó contra el húmedo césped que se depositaba bajo sus pies.

La luna amenazaba en el cielo, el joven paladín se encontraba ahora sentado en la roca húmeda que se hallaba en aquel oscuro lugar. No tenía palabras para explicar aquellos sucesos, había observado al joven de su sueño en el bebedero, pero esta vez no era una de sus pesadillas, si no algo real, algo que cualquier ser viviente tendría la posibilidad de sentir en sus carnes. Con todos los sucesos ocurridos y abordándoles su mente una y otra vez, Därrick se levantó y puso rumbo en busca del camino de vuelta. Anduvo durante un rato. Conforme daba vueltas sobre el lugar donde se hallaba perdido, él mismo se daba cuenta ahora de que todo estaba rodeado de telas de araña que presentaban un aspecto más bien fresco, como si hubieran sido tejidas recientemente. El joven paladín, consciente de donde se hallaba, sabía que todo lo ocurrido había abordado su mente empujándolo por una senda repleta de peligros. Sin previo aviso, el muchacho escuchó detrás suya unas pisadas. Därrick se estremeció, su piernas se agarrotaron y su saliva se entrecortó como la espada cuando golpea el aire. El joven paladín giró sobre sí mismo. Su peores temores y conjeturas se tornaron realidad cuando clavó la mirada sobre las 2 arañas tejedoras que se plantaban delante de su vista. Aletargado, el joven paladín blandió su espada y se mantuvo cauto, a la espera de que aquellos arácnidos realizaran algún movimiento que él pudiera emplear a su favor.


La primera araña, sin mayor aviso, se abalanzó sobre él, pero el muchacho, rápido, consiguió esquivarla e introducirle la espada para así acabar con ella. El otro ser, que había observado la situación con detenimiento, lanzó una tela que logró tirar por los suelos su espada, arrastrándola unos metros sobre la mala hierva que crecía en aquel lugar. Därrick era consciente de la situación tan complicada que se le había propuesto. Asustado y agotado, corrió rápidamente a recuperar su arma, pero el arácnido, haciendo uso de sus cualidades, interceptó al paladín cortando su apresurado paso y derribándolo contra el suelo. La tejedora se encontraba en una situación muy favorable. Había posado sus peludas y enormes patas sobre el muchacho, y sus colmillos, desgastados como el martillo de un curtido herrero, estaban preparados para acabar con el joven paladín.

El temor abordaba a Därrick, apoderándose de cada parte de su ser y estremeciendo todos sus sentidos. Pero la luz apareció, como los primeros rayos de sol que se entreven en una mañana. La magia del joven paladín lanzó un fuerte haz de iluminación que atravesó al arácnido terminando con su mancillada vida.

Därrick estaba exhausto, agotado y sorprendido por las artes empleadas en el combate. ¿Cómo había realizado aquel haz de luz en medio de la batalla si apenas había practicado esa magia?. A sabiendas de que todo lo ocurrido no había hecho más que llamar la atención del resto de criaturas peligrosas del lugar, el joven paladín se apresuró a escapar de la profunda arbolada. Pisadas constantes se aproximaban al muchacho como la muerte persigue a un hombre de avanzada edad. El temor aumentaba con cada paso en falso que daba, estremeciendo su cuerpo, sabiendo que cualquier pelea lo pondría en una situación de muerte debido a las escasas fuerzas con las que contaban en aquel momento.

Por suerte, un pequeño hueco reflejaba la escasa luz que mostraba la luna aquella noche. Sin mayor temor, el paladín se apresuró a aquel lugar posando la salida sobre su mente. Allí estaba, la escapatoria de ese espantoso lugar y su esplendido corcel lo estaban esperando. Rápidamente, Därrick se subió a él, le atizó bien fuerte y puso rumbo a la villa. Durante unos segundos echó la mirada atrás, observando el bosque que disminuía conforme se alejaba de ese lugar. Lo único que tenía en mente en ese instante era no volver a introducirse en esa tenebrosa arbolada, al menos hasta que no perfeccionara sus artes como paladín.

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¡El próximo domingo espera un nuevo capítulo, estar atentos!