domingo, 20 de abril de 2014

La historia de Därrick - Capítulo 6 - La ira de la derrota



Un domingo más, tenemos con nosotros un nuevo capítulo de la historia de Därrick, justo desde el punto donde lo abandonamos la semana pasada. ¿Logrará Därrick anteponerse a al situación y sobrevivir a la viles garras orcas?. Descubrirlo por vosotros mismos!

La historia de Därrick - Capítulo 6 - La ira de la derrota

El muchacho de 23 años estaba pálido, helado y muerto de cansancio. El hediondo agujero en el que se hallaba estaba repleto de gusanos, sumido en un lugar apestoso que desprendía un aterrador olor a cadáver. Därrcik estaba completamente aletargado y dolorido, su captura a manos de aquellas viles criaturas, los orcos, no había sido una situación digna de festividad o de alegría.

Sus escasos compañeros que allí se hallaban desprendían un aura similar a la de Därrick, aunque su rostro de espanto era superior. El paladín forzaba las pocas fuerzas que le quedaban en escapar de aquel lugar, pero sus intentos se enmudecieron con la llegada un orco. Sin precio aviso, la vil criatura agarró a un compañero de Därrick, zarandeándolo y tratándolo como un simple despojo. El soldado de la mano de plata retransmitía una evidente sensación de terror, pues su cruel destino estaba a punto de resolverse a manos de una de aquellas criaturas.

El Maestro de acero, una espantosa criatura de aspecto superior y de terribles facciones, agarró con violencia al humano y lo espetó con su espada. Ésta atravesó completamente al soldado de la mano de plata, apagando su mirada y cortando todo atisbo de vida en él.

- Lo señores demoníacos festejarán con tal sacrificio.

Uno a uno, los soldados iban saliendo de aquel agujero espantados de terror. Därrick estaba entre ellos y, como el resto, sabía que su inminente fin estaba tan cerca como el sol en los primeros rayos de luz de una cálida mañana de verano. Därrick no quería morir, al menos no de esa forma y ante tales criaturas. El joven paladín forcejeó con el orco que lo llevaba amarrado con su incontestable fuerza, quería anteponerse a la situación. La vil criatura frunció el rostro, mostrando un claro sentimiento de rabia e ira. Ésta zarandeó a Därrick, alertando al resto del compañeros y al propio Maestro de acero.

- ¡¿Qué ocurre por allá atrás?! - Gritó el maestro con un evidente tono de ira

- Mi señor, esta rata humana se niega a aceptar el sacrifico y no cesael forcejeo

El Maestro de acero se acercó a Därrick, posando su rostro frente a él y le dijo:

- Tú serás el último en presenciar la agonía de la muerte.

- Tendrás el privilegio de observar el espantoso destino de tus compañeros.

Dicho esto, el gran orco empujó a Därrick, derribándolo contra el suelo y precipitándolo contra el agujero del que había emergido.

El Maestro de acero se disponía a realizar los preparativos, debía contentar a sus señores demoníacos de todas las formas posibles. Därrick estaba exhausto por el golpe. Sus piernas habían sufrido, de nuevo, el dolor de la caída y la reiteración de la humedad que hacía presa en aquel lugar. La impotencia invadía su cuerpo, deseaba escapar y ayudar a sus compañeros, pero sus fuerzas no le permitían ir más allá de mantener los sentidos conscientes.

El sacrificio estaba preparado. Därrick observa la situación con las escasas fuerzas que le quedaban. El Maestro de acero se disponía a empuñar su espada y a acabar con la vida de aquellos valientes soldados con la mis rapidez que nubla la tempestad una tarde de otoño. La espada rebanó el aire, el tiempo se paralizó y, cortante como la brisa de verano, la espada de aquel orco degolló la cabeza, una a una, de los soldados maltrechos que se hallaban en el suelo.

La sangre recorría la grotesca tierra de aquel paraje. Los orcos reían y balbuceaban debido a la situación en la que se encontraban. Därrick era el siguiente, y sabía que nadie ni nada lo sacaría de ese terrible destino ¿o sí?

Una hueste de soldados hizo acto de presencia. Arthas, el hijo del rey, los lideraba envalentonados. La compañía atacó ferozmente a los orcos. La espadas penetraban en las armaduras desquebrajadas de los orcos, las hachas y las espadas chocaban unas con otras y el fervor de la batalla aumentaba con cada golpe.

Arthas dominaba hábilmente su martillo, aplastado las cabezas orcas como simples hojas de ramas secas. Los humanos, superiores en número, avanzaban sin temor a la victoria. El Maestro de acero luchaba con todas sus artes, empleándose al máximo en el combate, pero la situación estaba llegando a un punto crítico para él.

Ahora derribado y completamente solo, el gran orco cayó dolorido en el suelo. Arthas estaba justo delante de él y, sin mayor titubeo, aplastó su martillo de forma violenta contra aquella vil criatura. Därrick se sorprendió por aquel acto. No era común en un príncipe acabar así contra sus enemigos, por mucho odio que el corazón de uno mismo procesara hacia éstos. Arthas miró un segundo la situación, observando la masacre que allí yacía. La pena y la tristeza eran presa de su bello rostro. Compañeros de la mano de plata estaban rendidos y sin esperanza para ellos, dado que la muerte era el único que camino que ahora recorrían.

Arthas se paralizó un momento, alzó su martillo y dijo:

- Soldados, es hora de volver a casa y ser recompensados por la victoria. En marcha muchachos.

Därrick se incorporó y, sin apenas fuerzas, intentó posarse sobre sí mismo y recapacitar sobre la situación. Una golpe de suerte la había salvado de aquello. La imagen que se posaba derrotaba toda su alegría y su bien estar. No había sido capaz de defender a sus compañeros, y lo que más le atormentaba, no había sido capaz de defender todo aquello por lo que más procesaba amor "La Mano de Plata".

El joven paladín se dispuso a caminar. Estaba perdido, no sabía donde se encontraba ni tampoco cual era el camino de vuelta, por lo que un sentimiento de frustración, aún mayor, acompañó a sus aciagos pensamientos. La idea de la derrota, de haber sido derrotado, ponía en duda todas sus artes, pese a que la captura no hubiera sido más que una cruel encrucijada del destino. Därrick intentaba sobreponerse a la situación y, sin pensarlo más de una vez, puso en marcha sus piernas en la dirección que él mismo vio más acertada. Deambulando sin rumbo y atormentado por todos aquellos aciagos acontecimientos, Därrick juró en último reclamo al cielo:

-Nunca más, nunca volveré a caer preso de la agonía de la perdición. No permitiré que todos mis allegados vuelvan a sufrir daño mientras yo esté presente. Haré lo que haga falta, pagaré cualquier precio por defender a mi gente y a la "Mano de Plata".

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Puedes ver los anteriores capítulos de esta historia por aquí!

¿Quieres saber más acerca de la historia narrada?, entonces no dudes en acudir a AreaJugones y conocer la vida de Nalia, una atractiva pícara cuyos acontecimientos serán narrados en una vida paralela a la de Därrick.

¡El próximo domingo espera un nuevo capítulo, estar atentos!



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